Para explicar el desempeño personal e institucional en la vida pública existen tres grandes corrientes y todas se sustentan en el estudio de la naturaleza humana.
La primera es la de la ética personal; la segunda, la de los controles, y la última se estructura por una combinación de ambas
La ética personal
Desde el siglo XVII la corriente contractualista estableció que la sociedad se formaba por el contrato de hombres libres y buenos con un gran sentido de la ética de la responsabilidad que encontraban grandes ventajas en la formación de la sociedad. John Locke es el principal representante de esta tendencia; su divisa: homo homini deus.
Según esta teoría, el hombre es bueno para el hombre; sin embargo, hay anomias sociales que son excepciones. A pesar de que exista una ley natural que los hombres respetan, los intereses egoístas, en algunos casos, pueden prevalecer en la conducta humana y trastocar el estado de armonía y de cooperación. Para superar esta situación se genera un contrato político que crea la sociedad civil.
Honrar la palabra fue la divisa de la Edad Media. Los códigos de caballería son una muestra fehaciente de la confianza que existía si alguien empeñaba su palabra, y de la dura sanción social si no lo hacía. Esos actos de obtestación constituyen las raíces más recientes de los juramentos sobre la Biblia de que se desempeñará con honor el cargo que se asume; en estados laicos el juramento es sobre la Constitución, pero el sentido es el mismo.
Los códigos de ética nacen ante una situación en que la confianza y el crédito corren peligro en una profesión por las malas prácticas que en ellas se cometen. Los profesionales mismos son quienes ejercen esa actividad y se deben empeñar en sustentar en qué consiste la buena práctica, el buen desempeño, y cuáles son los buenos fines y los buenos medios. El código de ética es una autorregulación. El principal valor de la conducta es honrar compromisos para ser honorable.
La corriente de los controles
En la corriente de los controles, dos grandes autores consignan el derrotero de la actividad humana. Thomas Hobbes después de estudiar la naturaleza humana, consideró que el estado natural del hombre es la guerra o el disentimiento perpetuo, debido a que el hombre está en competencia, en desconfianza y en búsqueda de una sobrevivencia, a partir de sobreponerse a los demás, su divisa: homo homini lupus.
La sociedad, entonces, debe establecer controles; los más seguros posibles para que nadie se comporte mal y si, a pesar de todo, lo hiciere, que haya la posibilidad de castigarlo con la severidad requerida; no puede haber impunidad. La creación y el fortalecimiento del Estado de Derecho se vuelven la garantía contra la impunidad.
Es Montesquieu quien sistematiza todo el pensamiento de la teoría de los controles en su libro El espíritu de las leyes. Su tesis principal: “que el poder controle al poder”. Se formula entonces la teoría de la división de poderes, de los pesos y contrapesos, de los controles internos y externos. Todo para obligar a la buena conducta.
La teoría de la administración dentro de esta corriente de pensamiento centra, pues, en primer lugar, el problema de la honestidad en los controles preventivos, con todas las reglas de operación muy claras, con manuales de procedimientos, con criterios previamente establecidos y con auditorías de operación permanentes y con una fiscalización que detecte debilidades, fortalezas y oportunidades de mejora; y, en segundo lugar, en la rendición de cuentas y su fiscalización posterior.
El postulado de lo anterior es establecer un gobierno controlado; de este pensamiento surge la frase: “un gobierno de leyes y de instituciones, no de hombres”. Las buenas leyes no deben dejar el poder en manos que actúen arbitraria o caprichosamente, de ahí que se piense en las instituciones como máquinas diseñadas para controlar a los hombres y alcanzar los fines propuestos mediante métodos, normas y controles aplicados durante todo el proceso de la gestión pública.
La tercera escuela: el sincretismo
La polémica entre las dos escuelas anteriores sobre qué camino rinde mejores resultados es parte fundamental del debate actual sobre el pasivo que es la ineficiencia y la corrupción; y el activo que es la construcción de un gobierno eficaz, responsable, transparente, donde, por supuesto, desempeña un papel primordial la rendición de cuentas.
Esta tercera escuela es sincrética. Postula que el hombre es bueno, con inclinaciones hacia el mal. No es malo, es concupiscible; por lo tanto, el hombre es un hombre para el hombre: homo homini homo. Códigos de conducta y controles es el sincretismo que es necesario lograr.
El poder no es bueno ni malo; es, en sí, sencillamente neutral; es lo que el hombre haga de él. En manos de un hombre bueno, el poder será bueno; en manos de uno malo, será malo. Por lo tanto, la escuela sincrética postula que habrá que elegir a los hombres buenos y poner controles por si se tornan malos por sus características concupiscibles. También como los hombres malos pueden engañarnos y parecer buenos cuando los elegimos y luego mostrar su verdadera naturaleza, entonces habrá que poner los mayores controles posibles para disminuir los daños.
Esta escuela combina, pues, la necesidad de que los hombres y las instituciones se conduzcan con valores y principios éticos, que postulen sus códigos de ética y sus declaraciones sobre los valores que profesan. Pero que, además, establezcan los controles necesarios por si alguien no cumple con su deber o se sale de las pautas declaradas.
Conclusión
Las tres escuelas procuran por sus propios caminos encontrar la solución y construir el mejor de los mundos factible. Consideran que es viable por la buena conducta de los hombres, por la eficacia de los controles o por una combinación de ambos convencer, persuadir y atemorizar para que los servidores públicos se comporten de acuerdo con lo deseable.
Los creyentes en la ética personal consideran que es posible una sociedad buena y perfecta, excelente, de cero errores y de mejora continua; los que confían más en los controles suponen que la sociedad funcionará como una máquina bien ajustada sin que surjan problemas graves, que los mecanismos y las instituciones funcionarán según el diseño y que las personas, dados los estrictos controles, no podrán hacer prevalecer sus intereses particulares sobre el interés general.
La cuestión puede quedar resumida así: la profesión de una ética personal de quienes trabajan en las oficinas públicas; los controles indispensables para que nadie se extralimite, y la supervisión de ambas cosas.
Lic. Roberto Salcedo Aquino
Responsable de la Presidencia del Grupo de Trabajo de la Organización Internacional de Entidades Fiscalizadoras Superiores (INTOSAI), sobre Deuda Pública
Fuente: Revista Contaduría Pública www.contaduriapublica.org.mx del Instituto Mexicano de Contadores Públicos www.imcp.org.mx